Wilbert (center) and
some of his pupils
Dar y Recibir
By Prof.
Wilbert Salgado
Wednesday,
January 6, 2016
Email: wilbert_salgado@yahoo.com
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208
Throughout my life I have met lots of people, but
mostly teaching professionals with plenty of interesting personal (life) stories
to tell. Wilbert is one of those individuals you get to know and learn to
appreciate as a human being and as an English Teaching professional. Born in
Nicaragua, Wilbert has a story to tell, and part of it is told here by him –in Spanish-.
Last year (2015), after nine years of not seeing or
knowing anything from Wil, I got invited to participate in an English
teaching conference in December in Managua, Nicaragua and went back in touch
with him. He greeted me as if those nine years of my absence were unimportant
and talked to me as if time meant nothing to him.
Reading Wil’s narrative over here will give you an
idea of how difficult life is for many of us, but dreams can get to
materialize because of the presence of generous people who come in our lives
and leave a permanent imprint with such a strong ink that it cannot be
erased. That ink is what we could call as finding the way to be retributive
with those great things life have given us all.
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Empecé a trabajar desde niño para ayudar a mi madre y mi
hermana a sobrevivir la hambruna de los Ochentas. Con el pasar de los años, ya
sabía vender mis habilidades en carpinterías, bloqueras, talleres, jardinerías,
o en la calle con la pana de pollo o el fajo de periódicos. Era un mercader de
mis habilidades—me pagaban por hacer cosas. No esperaba nade de nadie que no
fuera la oportunidad de ganarme el dinero decentemente. Tal vez por fortuna o
no, la vida me puso gente en el camino que
cambió mi mentalidad con su generosidad. Con el tiempo aprendí a pasarla y
entre más daba, mas recibía.
Doña Olga me daba trabajo dos veces a la semana. Le
limpiaba el jardín con plantas exóticas en su casa. Le tapaba las goteras.
Siempre me pagaba lo justo. A los meses empezó a invitarme a desayunar con
ella. De vez en cuando tomaba un libro de sus estantes y me lo regalaba si ya
había terminado el último y si lo había regalado a alguien más.
Pase la adolescencia entre trabajo y trabajo. Más leído.
Más capacitado en el mundo laboral. Tenía para comer. Ya mi familia estaba
bien. Yo termine mi secundaria en la noche en una escuela pública.
En una salida al parque de León con amigos de mi hermano,
un chiquillo vendiendo gallitos pasa junto a nosotros. Compre unos cuantos y
los repartí entre el grupo. Uno de ellos
se acerca a mi hermano y en susurro le pregunta: “es cochón?”
Al empezar mi propia familia, las cosas cambiaron. Entré
al salvaje mundo laboral de los adultos. Me aguijonaban con su desconfianza. Me
explotaban sin contemple. Sin alianza o sin conecte, no tenía oportunidad.
Doña Betulia me puso un reto. “Si me cuidas el portón de
entrada tres meses, te pago, y luego te doy grupos de inglés hasta que tengas
una plaza”.
Al finalizar el año, fui escogido para tomar un curso de
preparación con la Agencia Internacional de Desarrollo. Quién pago todo el
curso? Quién me escogió? No sé. Entonces esas cosas no ocupaban mi cabeza. Ni
me importaban.
Después del curso entré a la UNAN a sacar mi licenciatura.
Además de los gastos de manutención de mi familia, agregué el de la
universidad. Al finalizar el primer semestre del segundo año, el presupuesto no
dio para registrarme para el siguiente semestre. La familia es primera para un
padre—bueno para algunos.
Henry detiene su bicicleta para saludarme cerca de una
iglesia. Me pregunta si iría a registrarme el día siguiente. Con el orgullo en
la garganta, le dije por que no iría. Henry se sacó los cien córdobas que
costaba la matrícula de su cartera y me los metió en la bolsa delantera del
pantalón. Ni con violencia lo convencí de que no podía agarrar su dinero.
Presté a mi suegra para el pasaje.
El último año de la licenciatura, Marcos, mi maestro de
fonética, me envía a ir a retirar una beca en la oficina de registro. La
embajada de Holanda había donado dinero para los estudiantes con ciertas
características. Nunca apliqué o pedí. Pero por casi dos años recibí mil pesos
mensuales en beca. Con mis dos trabajos mañana y tarde lograba reunir un poco
más de 500 córdobas mensuales.
Mi primer intento de devolver lo recibido fue pagarle a mi
hermana su secundaria en una escuela privada. Mi segundo fue mantener a mi
hermano mayor en su carrera técnica por un año. Mi tercero fue pagarle el
terreno para la casa a mi mama y papa.
Me gradué mucho antes de lo que decía el pensum. Seguí
trabajando en escuelas públicas y moviéndome a escuelas privadas para salir de
la línea de pobreza como maestro. La
sorpresa mayor llegaría.
La embajada de Estados Unidos me otorga una beca para mi
maestría. Setenta y cinco mil dólares de pago del programa, más los gastos por
tenerme allá.
Al regresar a Nicaragua, ya no estaba en la línea de
pobreza ni encima. Me convertí en clase trabajadora bordeando clase media baja.
Con la facilidad de hacer dinero, el mal de regresar lo
recibido se ha extendido por años. Busqué a una amiga pobre y le ayudé a poner
su canasta de chucherías. Le di un buen contrato de sillas para mi negocio a
una persona que me enseñó a trabajar. Le
puse la prima a un amigo para que empezara su negocio. En fin. He devuelto una partecita de lo que
me han dado.
Aún sigo compartiendo con mis trabajadores de lo que hago.
Aún sigo compartiendo con mis colegas con lo que puedo comprar. Aún sigo
dividiendo algunas cosas que como con gente extraña en buses o en la calle.
“No cambie”, dice mi mujer. Le digo que no.
Un viejito me hizo conversación en el trayecto que camino
a la escuela el otro día. Le di la mitad del Tu y Yo que traía en la mano.
Al
día siguiente Hugo me trajo un par de Tequilas desde México. Probablemente
cincuenta dólares con la cajita de lujo.
Mi ex mejor amigo siempre me daba conferencias sobre lo
idiota que era yo. Yo no le doy nada a nadie. Nadie me da nada a mí.
Un ex estudiante me llevó un juego de ajedrez de cerámica
para mi mesa de noche. Una ex estudiante
me dio cuatro pañuelos con mi apellido y un caballito de ajedrez bordados. Un
colega me llevó las primicias de su cosecha de ajonjolí para mis
ensaladas. Otra colega me trajo cuznaca
leonesa después de la semana santa.
Sí. A veces traigo frutas para los compañeros—la realidad
es que compro tantas donde voy. Pero algunos de ellos o los padres de familia me
dan un aventón donde me ven. Un banano por un viaje. Un mango por un pedazo de
pizza o un chocolate enorme.
Ya ni se si lo hago por negocio. Aunque estoy seguro que
dar mantiene mi vida preñada de mejores cosas.
Thanks, Wil, for giving us a lesson of perseverance
and endurance. It has been a privilege to have met you and learned from your
words in this eloquent piece of writing.
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